Daniel Dhers, Antonio Díaz y las generaciones reivindicadas

La atención que hoy obtienen el medallista olímpico en BMX y el veterano del kata son parte de una historia mayor pero poco conocida: el nivel mundial de varios venezolanos en deportes no tradicionales

Daniel Dhers ha dicho recientemente que es muy difícil ser latinoamericano y destacar en un deporte

Foto: Getty Images

«El deporte permite ilustrar todos los valores morales: resistencia, sangre fría, temeridad, coraje».

Roland Barthes

Del deporte y los hombres

En el año 2000, cuando Daniel Dhers viajaba por Argentina buscando dónde ensayar trucos sobre su bicicleta, Antonio Díaz quedó en quinto lugar en el Mundial de Karate. Un año después, los montañistas del Proyecto Cumbre alcanzaron la cima del Everest el 23 de mayo de 2001. Tanto Daniel Dhers como Antonio Díaz eran jóvenes que buscaban oportunidades mientras aquellos escaladores venezolanos se abrían paso hacia una de las cumbres más importantes del planeta. Veinte años después, en uno de los momentos más notables de la historia deportiva de Venezuela, Daniel Dhers y Antonio Díaz, también consiguieron escalar su propia montaña en los Juegos Olímpicos Tokio 2020: la meta olímpica y el reconocimiento deportivo de su país. 

Dentro de las disciplinas no tradicionales y los deportes extremos todos parecen conocerse y compartir un destino similar: su leyenda comienza fuera de Venezuela y en algún momento —pero no en todos los casos— halla espacio dentro.

Es natural que eso pase porque la tradición deportiva responde a otros intereses, porque las promesas del Estado de masificar otras disciplinas no se materializan y porque estas prácticas suelen estar asociadas con riesgos, equipos costosos y una serie de prejuicios. Y quizá porque esa comunidad es consciente de un entorno adverso, suele empujar hacia el mismo lado: buscar visibilidad y reconocimiento para sus disciplinas. 

Sobre las olas y bajo el viento

Aunque de otro modo, esa lucha por el reconocimiento se da con frecuencia también en el surf. Por ejemplo, en Magnum Martínez, venezolano y coach de la delegación chilena de surf en Tokio 2020, quien se fue en 1993 a California para buscar olas. 

Casi veinte años después de ese viaje, Martínez ganó el Nicaragua ISA World Masters Surfing Championship 2012 y dijo: “No voy a parar de luchar por estar en buena forma, por comer bien, por cuidar a la madre naturaleza y por unirnos a todos los latinoamericanos”.

Un recordatorio de que varios de los deportes no tradicionales, en especial los que tienen a la naturaleza como entorno, propician relaciones intensas entre los atletas y su hábitat deportivo. Un año después de ese logro de Martínez en el surf, en 2013, Daniel Dhers ganó la última de cinco medallas de oro en X-Games

Hay otros rostros visibles en una década positiva en cuanto a deportes no tradicionales, de riesgo controlado y de aventura, como el de Pedro Rangel, un surfista que en algún momento puso en aprietos a Kelly Slater, once veces campeón del mundo. O Enrique Aular, quien participó en tres campeonatos de la Asociación Internacional de Surf y representó al país en distintas coordenadas del mundo. O Gerhard Weil, también surfista, autor del libro sobre surf venezolano Olas del ayer. En 2000, Justin Mujica se ubicó entre los mejores veinte surfistas del mundo, en el puesto diecisiete. El surf venezolano ha tenido personalidades influyentes, como Pedro “Amarillo” Díaz, por solo mencionar a uno de tantos.

Gerhard Weill es uno de los grandes surfistas venezolanos y un historiador de la disciplina en el país

Foto: Gerhard Weil

Venezuela no es reconocida por tener playas ideales para la práctica competitiva (que suele requerir olas de más siete pies de altura), pero una generación de surfistas conoció Paragüita, en Carabobo, y la recuerda como una de las mejores playas del país. A Paragüita la dinamitaron para construir la Refinería El Palito a mediados de los años 50 y desde entonces, entre las distintas camadas de surfistas, comenzó a correr la historia de que Venezuela tuvo un lugar ideal para hacer surf más allá de Los Caracas, Otro País, Pelúa, Cuyagua, Los Cocos, Parguito o alguna ola escondida en Los Roques. 

Las costas venezolanas en tierra firme no ofrecen olas muy grandes, pero en Margarita sí hay buen viento y El Yaque es una playa reconocida dentro y fuera del país cuando se trata de windsurf.

En ella se entrenó José “Gollito” Estredo, quien creció en una casa que por suelo solo tenía arena. Gollito ganó nueve campeonatos mundiales de windsurf en la modalidad freestyle. No hace mucho, pocos países podían competir con Venezuela en esa disciplina. La tradición de esa playa dentro del windsurf inspiró la película documental El Yaque, pueblo de campeones (Javier Chuecos, 2012). En esa producción, una de las consultadas declara: “Se nota que vienen de Venezuela y son los dueños del freestyle”.

Haciendo cumbre

El Festival de Fotografía y Video Ascenso es otro espacio clave cuando se piensa en deportes no tradicionales. Se hace desde 2004 y fue idea de José Antonio Delgado, Frida Ayala y Orlando Corona. Hoy es un clásico de la comunidad de esos deportes. 

Puede que más de un lector tenga alguna idea de quién fue José Antonio Delgado porque su muerte, intentando descender del pico Nanga Parbat, tuvo resonancia mediática. Pero su trayectoria dentro del montañismo es tan rica que no se debería resumir (ni recordar) solo por su final. 

José Antonio Delgado es una de las referencias del montañismo en América Latina. Fue una de las pocas personas que logró subir cinco montañas de más de 8.000 metros de altura. Delgado, junto con Carlos Calderas, Carlos Castillo, Marco Cayuso, Martín Echevarria y Marcus Tobía, formó el Proyecto Cumbre para hacer cima en el Everest y en otras montañas icónicas. 

El caso de Delgado permite recordar que el grueso de estas disciplinas implican múltiples riesgos físicos de forma constante. Cuando se trata de deportes extremos y de aventura, una caída puede ser más que un golpe y un segundo de más, un riesgo mucho mayor que retrasarse en una clasificación.

“Es difícil hacer lo que hacemos”

Ocurrió así con Carlos Coste, el apneista entrenado en las piscinas de la Universidad Central de Venezuela, quien se aburrió de romper récords mundiales de inmersión. Mientras se preparaba para romper otro récord, Coste tuvo un accidente que puso en riesgo su vida. Hoy a su nombre se apuntan una decena de hazañas de submarinismo a puro pulmón. Aunque esos logros son relativamente recientes, dados los récords actuales y las dinámicas de la información, ya parecen antiguos. Podemos suponer que su nombre y su cara (como los que todos los deportistas que he ido mencionando) estallarían hoy en las redes sociales como las de Daniel Dhers y Antonio Díaz. Ellos también hicieron cosas que ningún otro venezolano había hecho.

Puedes tener una carrera tan impresionante como la de Antonio Díaz, pero fuera de las industrias del beisbol, el fútbol o el basquet, vivir de tu disciplina es mucho más difícil

Foto: El Nacional

La mayoría de esos atletas son poco conocidos por los usuales espectadores de deportes, que conocen más las disciplinas tradicionales. Sin embargo sus logros son tan significativos como los de cualquier grandeliga o futbolista en un club internacional porque, en muchos casos, esos atletas los consiguen en situaciones adversas y se posicionan como los mejores dentro de su práctica. 

Quizá sin quererlo, Daniel Dhers expresó con sus declaraciones, tras ganar la medalla de plata de los JJOO de Tokio, el pensamiento de muchos en esas generaciones de deportistas que merecieron un reconocimiento mayor: “Es difícil hacer lo que hacemos. Requiere mucho tiempo, mucha dedicación, mucho enfoque. (…) Sé lo difícil que es ser latinoamericano y ser exitoso en un deporte”. 

Para los atletas que no se abocan a las disciplinas tradicionales, el reconocimiento no es solo un baño de masas, ser mencionados en las redes sociales o ganarse ilustraciones para compartir en Instagram. También es la posibilidad de conseguir patrocinio.

Eso ayuda a que sus carreras se desarrollen y a que puedan vivir de su disciplina. 

La mayoría de estos atletas de excepción, además de conseguir reconocimientos internacionales, supo redefinir su carrera deportiva con el tiempo, cuando el cuerpo dejó de responder a tope y la mente pasó a tener más importancia. Esa evolución no siempre ocurre entre los atletas olímpicos o de otros deportes tradicionales, quienes pueden terminar dependiendo del Estado o despilfarrando reputación y dinero. 

La medalla de Daniel Dhers y el diploma olímpico de Antonio Díaz también premian a practicantes de deportes no tan masivos, fuera de los radares mediáticos y sociales de su país, y reconocen el esfuerzo implícito en sus logros. Desde migrar hasta tener que contar con la suerte: una buena ola durante una competencia o que el viento en una cumbre no sea la antesala de una tormenta. 

Los aficionados quizás puedan reparar en el contrasentido que implica esa suerte. Ella puede ser la diferencia entre una valla con la imagen del atleta en la ciudad donde creció y el olvido. Como si contaran las medallas y no el esfuerzo de cada deportista para alcanzarlas.