Maritza Landaeta: “El hambre no se resuelve repartiendo alimentos”

Esta investigadora ha visto desde las comunidades cómo Venezuela llegó a esta situación tan grave de inseguridad alimentaria, y sabe cómo revertirla, comenzando por los niños

La pandemia, explica Landaeta, ha incrementado la competencia entre países por las limitados recursos globales para la asistencia de emergencia

Foto: César Suárez

Después de 20 años como investigadora de estudios de creación de patrones de crecimiento nutricional, planificación y nutrición en Venezuela, Maritza Landaeta, coordinadora de Investigación y Docencia de la Fundación Bengoa y del Observatorio Venezolano de la Salud, trabaja a lo largo del país prestando apoyo y formación nutricional a docentes, niños, padres y poblaciones vulnerables. “Trabajar dentro de las comunidades implica ser testigo de cómo ha empeorado la situación en un país en el que una de cada tres personas no tiene suficiente comida. Pero también es una labor rodeada de personas que quieren fortalecer sus comunidades a través de la ayuda al otro”. 

La última encuesta del Programa Mundial de Alimentos, publicada en febrero de 2020 con datos recolectados de julio a septiembre de 2019, registra que más nueve millones de venezolanos no pueden acceder a los alimentos, aunque estén disponibles en el país, debido a la hiperinflación y a los altos precios de los productos. Un 60 % de la población ha tenido que recortar las porciones de comida, y cuatro de cada diez hogares también sufren cortes de los servicios de luz y agua. El estudio asegura que la falta de alimentos es un problema en todo el país, aunque en algunos estados como o Delta Amacuro, Amazonas y Falcón alcanza niveles más altos.

Incluso en las regiones con menores índices, como Lara, Cojedes y Mérida, se estima que una de cada cinco personas está en inseguridad alimentaria.

Landaeta explica que nuestra crisis empieza en 2002, cuando hay una contracción económica importante y una arremetida contra la producción nacional. “Ese año empiezan las expropiaciones y un control estricto de la producción nacional en el que el gobierno interviene en el proceso productivo. El gobierno pensó, en ese momento, que como había dinero podían importar alimentos. Desafortunadamente esa bonanza duró poco y nuestra agricultura cada vez produjo menos. Hoy en día se produce entre el 18 y el 20 % de lo que Venezuela consume. Se ha hecho un seguimiento de lo que ha sido la producción agrícola en el país y los datos de la caída del consumo de carne y cereales son realmente asombrosos. Las calorías actualmente disponibles en el país apenas dan para cubrir el 52 % lo que necesita la población, y un 64 % si nos referimos a proteína animal”.

Ahora, apenas tres meses después del inicio de la alarma por la pandemia la ONU publica un informe donde dice que la hambruna se puede afianzar en unas tres decenas de países debido a la pandemia, y Venezuela figura como uno de los primeros diez. Según los mismos parámetros establecidos por la ONU, una situación puede ser catalogada como hambruna cuando hay una carencia extrema de alimentos para un alto número de personas, es decir, el problema afecta a una población o región lo suficientemente grande como para que puedan generarse epidemias o problemas sanitarios de gran envergadura; las tasas de desnutrición aguda alcanzan al 30% de las personas; las tasas brutas de mortalidad que sobrepasan la cifra de 2 personas por cada 10.000 habitantes al día. 

Sin embargo, Landaeta plantea que las tasas de desnutrición aguda no siempre se consideran en esos niveles, que son difíciles de alcanzar en poblaciones con realidades sociales muy distintas a las que estas organizaciones han reportado, en otros países devastados por conflictos armados o desastres naturales.  

¿Cuál es la situación del hambre y la desnutrición en Venezuela hoy?

En general la gente depende completamente de las cajas CLAP, cuya distribución es deficiente, no llega a todos lados y no llega con regularidad. Cada caja tiene diez kilos de comida, que apenas dan para que una familia de cinco miembros pueda comer cinco días, 1.300 calorías al día, cuando el requerimiento es 2.300. ¿Cómo hace la gente para comer el resto de los días? No lo sabemos, más allá de que intentan estirar los alimentos lo más posible. Se ha visto el efecto en la pérdida de peso y el crecimiento en los índices de desnutrición infantil. Cada vez se ven más casos de desnutrición clínica, con el agravante de que cada vez ocurre en niños más pequeños, menores de un año o seis meses. 

¿Qué consecuencias puede tener la desnutrición en la infancia?

La infancia es un período de crecimiento rápido y no disponer de las calorías, los ácidos grasos esenciales y los aminoácidos afecta el desarrollo integral adecuado. Nos preocupan estos niveles tan tempranos en nutrición porque pueden llegar a afectar la capacidad intelectual. Los niños que sobreviven pueden quedar con serias limitaciones de aprendizaje, que requerirá a su vez educación especial a la cual probablemente no tengan acceso. Las lesiones pueden llegar a ser irreversibles. Otro componente que precipita esta situación es que en Venezuela el 23 % de los embarazos es de madres adolescentes, niñas que comienzan el embarazo ya desnutridas, que a su vez dan a luz a niños con poca masa muscular. En este caso, hablamos de niñas que tampoco tienen acceso a anticonceptivos. 

Las problemáticas sociales suelen mezclarse y por eso insistimos en que los problemas de desnutrición no se relacionan solamente al acceso a los alimentos. El Estado debe garantizar agua potable, campañas de vacunación, espacios higienizados donde no se generen enfermedades infecciosas que puedan, por ejemplo, terminar en diarrea. Sin sistema de salud público, se vulnerabiliza a la población, y esto contribuye a agravar su problema nutricional.

Solemos enfocarnos en la desnutrición infantil, pero la tercera edad también es una población vulnerable a la inseguridad alimentaria, porque es imposible vuelvan a ganar la masa corporal que pierden. 

El último reporte anual de la organización Convite, por ejemplo, dice que los ancianos están perdiendo un promedio de un kilo semanal. 

En el Global Risk Report del World Economic Forum se identifican dos problemas fundamentales que generan el hambre en el mundo: la gobernabilidad fallida y la disparidad económica. ¿Cómo vendría a ser la relación entre la política y la economía de Venezuela con la situación actual de inseguridad alimentaria? 

En el caso de Venezuela está totalmente interrelacionado. Desde el punto de vista económico estamos sumamente disminuidos y la disponibilidad para atender a las personas en el ámbito económico es menor. Hay mucho desempleo y mucha dependencia de los bonos. Actualmente, en el marco de la pandemia, no ha habido ninguna respuesta política o económica para subsanar la situación actual. Acá se necesitan políticas integrales, que no dejen a la población en el medio de una crisis política.

Pareciera que los actores políticos (tanto en el gobierno, como en la oposición) están esperando una hambruna para actuar.

Pero una de las grandes particularidades que tiene la desnutrición es que la mayoría de los que la padecen la sobreviven. Ahora se ve una iniciativa coordinada por el complejo de organizaciones de las Naciones únicas, para abordar la situación a través de la ayuda humanitaria, pero todo termina cayendo en el mismo círculo vicioso en el que el gobierno interviene e intenta tapar la magnitud del problema. La encuesta del Programa Mundial de Alimentos dijo que en Venezuela había 9,3 millones de personas en inseguridad alimentaria. El gobierno simplemente desconoció ese informe y dijo que es falso. Y mientras falsean la realidad, no toman decisiones efectivas y es imposible planificar encima de una base truncada. 

Realimentar a los venezolanos

¿Qué políticas públicas se pueden articular en este momento para empezar a garantizar la alimentación de los venezolanos? 

En los países que han sido exitosos en combatir la desnutrición ha sido fundamental el fortalecimiento en la atención de salud a los niños: desde el control del embarazo de las madres, hasta garantizarles las vacunas, la disponibilidad a los alimentos, control de crecimiento y desarrollo. Nada se hace de la noche a la mañana, son procesos muy lentos con mucho compromiso político de llevar un proyecto a largo plazo. En Chile duraron entre 10 y 15 años en combatir el problema de desnutrición, pero lo lograron. No hay desarrollo que se dé con una población pobre y desnutrida. No es la disponibilidad de dar una caja, sino de garantizar los alimentos debidos a la familia. 

En Chile, cuando empezaron las protestas en octubre, la consigna de la protesta era la dignidad social y el gobierno hablaba mucho de lo efectivos que eran los programas de alimentación. Ahora, apenas tres meses después del inicio de la alarma por la pandemia, empiezan nuevamente las protestas y la consigna es el hambre. Muchos países presentan aumento de inseguridad alimentaria, pero el informe que sacó la ONU dice que la hambruna se puede afianzar en Venezuela debido a la pandemia. 

En el marco de la pandemia todo se dificulta muchísimo para muchos países, como vemos que ha sucedido en América Latina. Algunos especialistas dicen que 2020 podría terminar con 250 millones de personas con hambre en el mundo, en comparación con los 135 millones que tenemos ahora. Venezuela necesita ayuda externa de alimentos para compensar la caída de la producción nacional. Pero el problema de ahora es que muchos países tienen una enorme contracción económica y productiva. Eso hace que haya más países solicitando más apoyo internacional. Además, en Venezuela hay menos acceso de recursos debido a las sanciones. Ya Venezuela perdió la cosecha de cereales y maíz que era en esta época, y ya estábamos produciendo el 8 % del maíz que consumimos. No solo hacen falta los alimentos, también los insumos para la agricultura; y la crisis de combustible, la falta de agua y electricidad agravan la situación. Cada día hay menos alimentos en Venezuela, pero también en el mundo. 

La Fundación Bengoa trabaja en la primera línea para mejorar situaciones nutricionales de las comunidades, monitorear el estado nutricional de los venezolanos y promover el acceso a conocimientos de alimentación y nutrición. ¿Cómo ha cambiado la organización, el abarque y los requerimientos de apoyo en el marco de la pandemia? 

Tenemos personas que trabajan en cada comunidad, por lo tanto el desplazamiento no es un problema. La provisión de alimentos se está haciendo a través de salvoconductos y apoyándonos en donaciones. Sí nos ha afectado mucho la inflación, porque el dinero que entra pierde valor muy rápido. No solo es una necesidad de cumplir los requerimientos que nos piden quienes nos financian, también es un compromiso moral en el momento más difícil del país. Pero más que nunca he visto a gente intentando fortalecerse a través de ayudar al otro. 

Más allá de la relación entre la desnutrición y el entorno social, político y económico, también hay una dimensión espiritual en torno a la alimentación. 

Una de las cosas que trabajamos es la parte afectiva. El niño desnutrido es un niño abandonado. Trabajamos mucho el rescate de la comida en familia, que la gente reconozca ese momento como un espacio amoroso. Hay un enlace afectivo muy grande en el acto de unos padres alimentando y cuidando a su hijo. Nos interesa también transmitir que es importante que se sienta placer al comer, porque la alimentación estimula todos los sentidos. El núcleo afectivo más importante de la familia se origina alrededor de la mesa. Esa dinámica social fundamental en la familia ocurre en la mesa. Por eso insistimos que la alimentación no es solamente repartir comida.