La peligrosa ilusión de la otra Venezuela

En la desesperación por recuperar la democracia y la dignidad de la vida en nuestro país, las propuestas de invasiones o separatistas no son sino fantasías que niegan la realidad, como cualquier mito chavista

¿Cómo harías para dividir Venezuela, o cualquier país, entre malos y buenos, entre venezolanos dignos e indignos?

La propuesta más reciente de política ficción que ha circulado por las redes sociales es la que propone la división territorial de Venezuela. Como otras expresiones de la política ficción, esta nueva variante especulativa es una de las caras del pensamiento mágico de muchos venezolanos, y particularmente de voceros de ciertas corrientes políticas y de sus medios de comunicación. 

Este pensamiento mágico propone dos “soluciones” a la tragedia venezolana: la invasión militar por fuerzas extranjeras y, ahora, la división del territorio del país para crear una zona libre de Maduro y compañía. 

Hace algún tiempo comencé a escribir una novela por entregas en Facebook en la que imaginaba un escenario de división territorial en la Venezuela poschavista. Llegué hasta el capítulo 14. Se me acabó la inspiración en la medida en que la dura realidad que viven los venezolanos fue atrapando mi intento de ficción. 

A diferencia de la propuesta que ha circulado por Internet, el país dividido que me imaginé no era la Venezuela de los buenos, por un lado, y la Venezuela de los malandros por otro. Era más bien una compleja maraña territorial controlada por mafiosos militares y civiles, en la que los buenos tenían que sobrevivir lidiando con el chantaje y la violencia de los malandros con o sin uniforme. 

Pensar que una división territorial creará una clara frontera entre los «buenos» y los «malos» es una peligrosa ilusión. La misma ilusión que nos ha hecho creer que el chavismo es un mal importado, como si no fuera expresión de la sociedad en la que surgió. 

Hay que preguntarle a quienes proponen la “solución” secesionista y a los que creen en la posibilidad de crear un país de puros y no contaminados por el chavismo, ¿de dónde salieron los “niños bien” de nuestras clases ricas y medias altas que robaron miles de millones de dólares en negociados que ahora perjudican a los venezolanos que no tienen electricidad? ¿De la izquierda irredenta de los años sesenta , del militarismo autoritario o de nuestro particular fascismo nacionalista que adora a Pérez Jiménez? No. Salieron de las clases privilegiadas, que pudieron formarse en el exterior, y que tenían las relaciones sociales y la falta de escrúpulos necesarias para llenarse los bolsillos gracias a contratos con sobreprecio y asignaciones directas que dejaron el sistema eléctrico en el estado catastrófico en que está.

Preguntas para ilusionistas

Podríamos también preguntarles a estos ilusionistas, ¿cómo se delimitarían las fronteras de esa Venezuela alterna? ¿Su país alternativo sería más oriental que occidental? ¿Dónde estarían ubicados la mayoría de los buenos? ¿Y quién tendría derecho a cruzar la frontera hacia la otra Venezuela? 

Aunque todas estas preguntas parecen ociosas, porque la división territorial del país sería el resultado de una guerra fratricida que nadie en su sano juicio desea, es bueno formularlas para revelar lo peligroso que resultan las ilusiones de los separatistas y los “invasionistas”. Los ejemplos relativamente recientes sobran: la fragmentación de la desaparecida Yugoslavia (incluyendo el genocidio y los crímenes de guerra), la transición sangrienta en la Libia después de Gadafi que no termina todavía, o el nacimiento de Sudán del Sur después de una larga confrontación que empezó en la década de los cincuenta del siglo XX.   

Cualquiera de estas opciones (la separatista o la invasión) no haría otra cosa que agravar una tragedia que ya ha dejado cientos de miles de muertos (pensemos solamente en las víctimas del crimen durante el periodo chavista) y millones de emigrantes en situaciones muy precarias. 

Las ilusiones tienen a veces un efecto paralizante.

Esa es la principal crítica que le podemos hacer a quienes las promueven. En un clima político y social marcado por la desesperanza, en el que parece que no hay nada que hacer para lograr el cambio que la mayoría de los venezolanos aspira, la idea de una división territorial o de una intervención extranjera como soluciones alimentan fantasías e incluso pesadillas que no tienen ningún anclaje en la realidad. Es un ejercicio de negación de los hechos en el terreno y en el contexto geopolítico mundial. 

Es la expresión de lo que en inglés se llama wishful thinking, que alimenta mitos y mentiras. Uno de esos mitos es que existe “otra Venezuela” de santos varones y pías damas, una mentira que se parece mucho a la narrativa chavista del “pueblo víctima” o de los “militares redentores”. 

Ese pensamiento mítico no es propio de una sola facción. Es cierto que el chavismo ha jugado un papel central en el reforzamiento de la visión mítica de la historia y de la dinámica social en Venezuela. Pero los que se llaman “liberales” o “conservadores” (o una mezcla de ambos, es decir liberales en la economía y conservadores en lo moral) también han creado sus mitos. Uno de ellos es que existiría una Venezuela “decente” que podría ser claramente delimitada por una frontera geográfica y moral imaginarias. 

¿Cómo sería la Venezuela separada? ¿Un país que se parecería al “Carmonazo” de abril de 2002 en la que un grupo de juristas, empresarios, banqueros y militares decidirían qué es lo mejor para los venezolanos? ¿Sería gobernada por una casta de gente “educada” y “moralmente calificada”? ¿Tan educada como los “niños bien” conocidos ahora como “bolichicos”? ¿Quién emitirá el certificado de “sanidad moral”? 

El ejercicio inconcluso de ficción que escribí sobre la Venezuela dividida territorialmente lo llamé Al sur del infierno. Si existiera ese país alterno, separado del país de los “malos”, lamentablemente no sería mejor que el infierno mismo.