La moda venezolana aspira a la sostenibilidad

En Venezuela se avanza poco a poco hacia una industria de la moda más consciente de sus responsabilidades sociales y ambientales. Y aunque todo parece conspirar para dificultarlo, marcas y consumidores le encuentran la vuelta

La diseñadora Carol Leal trabaja con artesanas yekuana y warao, con apoyo de Fundación Tierra Viva

Foto: Carol Leal

Cuando en abril de 2013 se derrumbó un edificio de ocho pisos en Savar, Bangladesh, el mundo empezó a mirar con horror a la industria de la moda. El Rana Plaza era una fábrica donde miles de personas trabajaban en las peores condiciones para muchas de las marcas más conocidas y consumidas en el planeta. Ese día, el edificio colapsó y murieron 1.138 personas. 

No fue la primera tragedia en esa industria ni tampoco la última, pero dio paso a la creación de organizaciones que educan a consumidores y marcas para que vestirse no sea un peligro para los trabajadores de esa industria ni para el ambiente. 

Una de ellas es el movimiento Fashion Revolution, fundado por las activistas Carry Somers y Orsala de Castro, que promueve encuentros con organizaciones en todas partes del mundo como Suprareciclaje, Renovando Laboratorio Creativo, Greenpeace Chile, Eje Central, Slow Fashion Movement LATAM, entre otras. 

En Venezuela, con la rapidez y visibilidad que el contexto político, económico y social lo permite, se han creado algunas organizaciones de este tipo y poco a poco las marcas comienzan a transitar hacia la sostenibilidad. 

Educar al consumidor

El Informe Brundtland, publicado en 1987 para la Organización de las Naciones Unidas (ONU), define la sostenibilidad como “el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”. En 2015 la ONU aprobó los objetivos de desarrollo sostenible (ODS), cuyo fin es “eliminar la pobreza, reducir la desigualdad y lograr unas sociedades más pacíficas y prósperas para 2030”. 

La activista, comunicadora y diseñadora Carla Tovar, quien dirige Fashion Revolution en Venezuela, plantea dos asuntos claves para emprender esa transición: quién hace tu ropa y de qué material está hecha.

—Ser sostenible es un proceso que supone toda una cadena de producción —me dice—. Y esa cadena sostenible se basa en tres pilares: la protección medioambiental, el desarrollo social y el crecimiento económico. Los cambios comienzan desde dentro de uno y si no es así es difícil que otros despierten y cambien. En Fashion Revolution no se busca nada más señalar las marcas que lo están haciendo mal y enseñarlas a hacerlo bien. Además, no puedes decir a una industria cambie su forma de trabajar en cinco días. La industria seguirá avanzando con nosotros o sin nosotros. Nuestra labor, lo que sí podemos hacer, es educar a los ciudadanos. Fashion Revolution tiene guías para personas, marcas, productores y para fábricas. El objetivo principal es educar porque no tenemos una educación de consumo responsable. 

Por eso este movimiento dicta talleres y charlas sobre el impacto medioambiental de la industria textil; el diseño como medio para reducir desperdicios; la reutilización: suprareciclaje, reciclaje e infrareciclaje; la ropa de segunda mano y la importancia de regular su venta en América Latina. 

Otro espacio de formación es la RedCiclos Initiative, creada por la venezolana Vanessa Campitelli Frey, que se propone ofrecer estrategias a futuras marcas para que cumplan con los objetivos de sostenibilidad desde su propia experiencia.

Campitelli decidió en 2015 acordar sus acciones con sus intereses. Comenzó entonces a cambiar sus hábitos por unos más conscientes, más responsables con el ambiente, y a vivir con valores de sostenibilidad. Como parte de ese proceso de cambio optó a un Máster en Cambio Climático en la Universidad Europea del Atlántico en Santander, España. El programa le dio la oportunidad de tener herramientas para ir solventando los problemas de sostenibilidad que tienen las marcas venezolanas.

—De todos los puntos desde donde se puede trabajar la sostenibilidad, la moda llamó mucho más mi atención —dice Campitelli— porque es una industria que suele verse de una forma muy superficial y olvidamos que, como todas, supone procesos, objetivos, metas.

Campitelli asegura que las marcas venezolanas si están interesadas en cambiar y en ese proceso está incluido el consumidor. Las marcas hoy no solo venden productos, también cuentan su historia y educan a sus consumidores. Así se abre un espacio para que el consumidor vea que las cosas se pueden hacer de otro modo.

La perspectiva de las marcas

Son varias las marcas venezolanas que se presentan como sostenibles, pero ¿lo son? Establecerlo es complicado.

Tovar explica que para el movimiento Fashion Revolution ha sido difícil contar con indicadores en Venezuela. Las empresas no están debidamente registradas y “como estamos en una economía de guerra, pocas marcas quieren enseñarnos sus procesos y decirnos cuáles son sus ganancias, dónde compran, quiénes son sus proveedores, qué costureras hacen el trabajo”.

Campitelli, por su parte, habla de una supuesta sostenibilidad que se reduce a estrategia publicitaria:

—No le quito el mérito a las marcas que lo hacen por marketing, porque mientras más bulla se haga creo que más personas quieren empezar a promover y hablar de estos temas, y en ese camino puede que comiencen a trabajar con una verdadera intención. Pero no es solo eso.

Sobre la cadena de producción que incluye a terceros habla Marina Taylhardat, directora creativa y fundadora de Ushuva. Su marca cumple con varios de los objetivos y ha buscado en los últimos años cambiar sus procesos. Además se mantiene en constante búsqueda de mejores materiales y estrategias de producción.

En la tienda Ushuva, en Caracas, puede verse a su equipo de costureras, a disposición de quienes solo necesiten arreglos

Foto: Ushuva

Pero aunque la marca hoy se mantiene económicamente y ofrece a sus trabajadoras buenas condiciones, Taylhardat confiesa que no se considera sostenible cien por ciento. Ushuva tiene en sus colecciones franelas, suéteres y vestidos de uso cotidiano hechos de algodón. Además, de cada colección se hacen pocas piezas, según la cantidad que se vende, y así evitan aumentar los desperdicios. 

—Yo trabajo con algodón y con compañías serias, pero la realidad es que no conozco el proceso de producción de las telas que compro en Perú. No sé cómo se siembra algodón, ni cómo se manufactura. El hilo que usamos para coser la ropa lo compramos en Venezuela y me aseguran que viene de una fábrica seria, pero no sé si es verdad que lo fabrican personas mayores de edad y no niños. Son miles de preguntas, la cadena de la moda no es clara y ser totalmente sostenibles tiene un costo muy alto —explica Taylhardat. 

Campitelli explica la situación:

—En Venezuela esta es una preocupación reciente. Sí hay marcas que hablan de la sostenibilidad de sus procesos, pero yo siempre les digo y resalto que no podemos decir de un día para otro “soy una marca sostenible”, porque no hay sostenibilidad completa actualmente. Sí podemos hablar de marcas que quieren trabajar valores de sostenibilidad dentro de sus procesos. Poco a poco se han visto como más marcas aspiran a ese modelo de negocio, en muchos casos por marketing y en otros, por conciencia. En Venezuela, además, el entorno en que vivimos complica las cosas, tenemos una realidad que hace que asumamos esos valores desde otra perspectiva, tal vez no subrayando tanto el punto de vista ambiental sino el social, que es muy urgente.

Es ese punto de la realidad el que más preocupa al diseñador Efrain Mogollón, quien en Venezuela produce diseños de alta costura y ha logrado conformar un equipo de fábrica de sus creaciones dentro del país. En sus redes sociales, Mogollón alude a la crisis económica y asegura que su marca ofrece un buen trabajo, estable, a treinta personas. Mogollón es uno de los cinco finalistas del Latin American Fashion Summit 2021, una plataforma creada por Estefanía Lacayo y Samantha Tams cuya misión es elevar el nivel de la industria de la moda latinoamericana

La diseñadora y orfebre Carol Leal es creadora de otra marca que asume valores de sostenibilidad. Consciente de que la extracción de los materiales tradicionales usados en la orfebrería suele ser muy contaminante, Leal incluye colecciones de accesorios y carteras fabricadas por comunidades warao y yekuana que conocen una tradición que casi desaparecida, y los materiales que usan son fibras naturales teñidas con colorantes naturales. Así se subraya la importancia de la tradición indígena y se crea empleo en esas comunidades con apoyo de la Fundación Tierra Viva

Cuando intentan la sostenibilidad ambiental, las marcas tienen que lidiar con la poca información que tienen al respecto los distribuidores con los cuales trabajan y con los altos costos de las telas y los materiales que se suponen no contaminantes.

Y también con que muchas alternativas no han sido realmente evaluadas. Leal, por ejemplo, menciona el cuero vegano, que usó en algunas de sus carteras como sustituto del cuero animal y ahora se sabe que, al ser plástico, es muy contaminante. 

—En medio de ese debate entre el cuero animal y el cuero vegano —dice Leal—, ha surgido una alternativa: un tejido fabricado con la fibra de las hojas de las piña y del cactus. Pero eso yo no lo puedo conseguir en Venezuela y ahí uno como marca se comienza a preguntar cuánto puede costar traerlo, cuánto es lo mínimo que le pueden enviar, en cuánto tendría que vender una cartera para que fuese rentable.

Pronto Carol Leal presentará su primera colección de franelas de algodón, hechas en Venezuela, que son un homenaje a las artesanas con las que trabaja. Cada prenda tendrá estampada la imagen de una de las indígenas que fabrica sus productos y vendrá acompañadas con una breve biografía de la artesana. 

Otra de las marcas en transición hacia un modelo de negocio sostenible es Melao, fundada por la venezolana María Fernanda Vera en 2011. En los últimos años Melao ha convertido el algodón en su materia prima principal, ha reducido su producción, ha creado colecciones para todo tipo de cuerpos y ha cerrado algunas de sus tiendas físicas. 

A estas marcas se suman Verticales, Daniela Lugo, María Sánchez, Castello di lino, Watoshe, María Belén Fernández, Zulay Malavé Alcazar y Vayu Macramé. Todas forman parte del movimiento Fashion Revolution Venezuela.

Las alternativas 

A las dificultades para financiar una producción sostenible, se suma que la mayoría de los consumidores tiene hoy una reducida posibilidad económica de comprar marcas de calidad y la profusión de espacios de venta de ropa usada y upcycling

En Venezuela hay varias tiendas físicas y virtuales que venden ropa de segunda mano. En muchas se pueden encontrar tesoros a bajo precio. Las más conocidas son la Feria de Segunda Mano en Macaracuay, Vintage Fundaprocura, Retrocycled, Serendipia Shop, Corocora Vintage, Retrospectivos y Mostrando Un Poco de Arte.    

Una alternativa más creativa es upcycling, darle vida a piezas de ropa antigua, transformándolas y adaptándolas a estilos más actuales.

Por ejemplo, la marca de Carla Tovar que también forma parte de Fashion Revolution, 2ndChance, se encarga de extender la vida de prendas a punto de ser desechadas. Y lo mismo hacen Nouel, Sanoja y Guarapita. 

Los caminos de la creación y del consumo sostenible de prendas de vestir se diversificarán en los próximos años, pues recuperar el planeta de la enorme destrucción ambiental que ha causado la industria debe ser prioridad en la agenda de todas las naciones. En Venezuela, considerando una compleja realidad económica, social y política, habrá que encontrar más formas de adaptarse a estas nuevas mentalidades y exigencias.