Ocurre a veces, cuando el tiempo estrangula, que nos acercamos a la ruina –eso que somos como cuerpo y espacio condenado.
Acudimos a la mirada remota, porque la contemplación implica distancia y la lejanía nos fortalece.
Somos escombro y a la distancia vemos luz y aire. Somos testigos de lo movedizo en una ciudad con paisaje de rastro.
Nos hundimos en ese placer perverso y singular que nos produce la imagen del desgaste.
Hay goce en lo que decae. Hay tesoros en las migajas. Hay belleza en la destrucción.
Podríamos pensar que hablamos del ir a la ruina. Pero creo que no. Creo que hablamos del escombro como punto de partida.
Cuatro paredes que nos contienen.
Desde nosotros, el desgaste. Sin embargo, sol y viento, mar y cielo.