Qué puede esperar Venezuela si gana Joe Biden

Dada la importancia de las elecciones en EEUU, publicamos esta versión en español de nuestro análisis en el Political Risk Report sobre cómo un gobierno demócrata manejaría el tema venezolano... y de cómo reaccionaría el régimen de Maduro

Biden tiene un historial de moderado, pero no aliviaría las sanciones a cambio de nada

En el Political Risk Report del 31 de julio, hablamos de cómo veíamos la elección presidencial del 3 de noviembre en Estados Unidos. Dijimos entonces que una victoria de Joe Biden, que ya entonces lucía probable y que ahora se ve más factible, sería vista como una buena noticia por el régimen de Nicolás Maduro, pero que también abriría nuevas oportunidades para la oposición.

Como explicamos en julio, si nos basamos en lo que fue la política exterior del presidente Barack Obama y el vicepresidente Joe Biden, el régimen chavista tiene razones para creer que podría negociar un acuerdo con Biden en el que, en contraste con la posición de la administración Trump, no sería una condición sine qua non que Maduro deje el poder de inmediato. Biden tiene fama de ser, hasta cierto punto, abierto. Durante los años de Obama, y desde entonces, ha habido numerosos indicios de que Biden era una de las voces más moderadas y cautelosas en materia de política exterior en esa administración, y de hecho estaba en contra de la intervención de Estados Unidos en el conflicto libio que acabó con el régimen de Muammar Kadafi y en favor de acuerdos con Irán y con Cuba. Sin embargo, Biden no se opone a las sanciones como una herramienta de presión, y de hecho las ha apoyado en el caso iraní.

En cualquier caso, la posición que Biden termine planteando sobre Venezuela tendrá sin duda que ver con la persona que elija para la Secretaría de Estado y para el rol de Asesor de Seguridad Nacional. Es poco probable esperar que vayan a ser halcones, si se trata de un gabinete de un moderado como Biden, pero quienes están sonando para esos cargos son gente con un historial de hostilidad clara hacia los regímenes autoritarios. Para Secretaria de Estado podría ser Susan Rice, quien fue Asesora de Seguridad Nacional de Obama y embajadora ante la ONU, y presionó por duras sanciones contra Irán y Corea del Norte, dos cercanos aliados del chavismo. Otra candidata a dirigir la diplomacia de Estados Unidos, Samantha Power, antigua asesora de política exterior de Obama y sucesora de Rice en la delegación en Naciones Unidas, fue quien escribió, literalmente, el libro sobre el principio de Responsabilidad para Proteger, que en los últimos meses ha mencionado tanto Juan Guaidó. Power, de hecho, es una de las principales arquitectas y promotoras de esta idea en el mundo.

Las dos candidatas a canciller de Biden fueron claves a la hora de convencer a Obama de que enviara militares a Libia, pese a la oposición de Biden y de Hillary Clinton.

Maduro y compañía, que llevan tanto tiempo acostumbrados a usar las negociaciones para ganar tiempo, estarían encantados de volver a tener la oportunidad de hacerlo. Solo que esta vez las cosas serían distintas: al contrario que en ocasiones anteriores, lo que el régimen necesita hoy no es tiempo, sino que le alivien las sanciones. Un gobierno de Biden tal vez aceptaría reducir el rango de las sanciones, dentro de ciertos límites, como gesto de buena voluntad en las fases iniciales de una negociación, pero para que acceda a levantar de manera significativa la presión que estas medidas significan sobre el régimen, Maduro tendría que dar algo tangible a cambio, algo real. Por ejemplo, elecciones justas y libres. 

Nosotros somos escépticos en cuanto a si el régimen puede, o quiere, ceder en algo. Nunca ha cedido en más de veinte años de chavismo. Lo que ha hecho, siempre, es sentarse con la oposición, muchas veces en frente de toda suerte de mediadores y facilitadores, y cuando ha hecho concesiones ha sido solo por un momento, antes de echarse para atrás y violar sus acuerdos una vez que ha logrado lo que quiere. La mayor parte del tiempo, en verdad no se compromete a nada. Ha sido así sobre todo en el caso de Maduro, quien se ha limitado a excarcelar a algunos presos políticos para complacer a gobiernos europeos, solo para volverlos a detener o para reemplazarlos con otros. El régimen chavista ha faltado a todas sus promesas de mejorar las condiciones electorales, y ha incrementado el rango de sus abusos durante cada proceso, inhabilitando candidatos o secuestrando partidos, vertiendo recursos de todos en el apoyo a sus candidatos, y finalmente borrando toda garantía de equidad y de secreto del voto para llegar al fraude directo.

Así que en este momento el régimen chavista sin duda piensa en los acuerdos que Obama llegó a firmar con Cuba e Irán, que de hecho aliviaron las sanciones sin poner en riesgo la supervivencia de esas dictaduras. No obstante, Venezuela es muy distinta a Cuba y a Irán en un aspecto clave: en ninguno de esos países existe una oposición política, sino unos pocos disidentes, constantemente perseguidos, restos de una resistencia que fue en su mayoría exterminada, encarcelada o desterrada hace muchos años. La oposición venezolana todavía es muy grande y hace mucho ruido internacionalmente como para que sea simplemente ignorada en una eventual negociación entre el gobierno de Biden y Maduro, y haría falta su aprobación en cualquier ruta factible que conduzca a una transición.

Para la oposición venezolana, en el estado en que se encuentra mientras Estados Unidos decide si reelegir o no a Donald Trump, un gobierno de Biden traería la oportunidad de reiniciar la participación de Washington en la crisis venezolana. El año pasado, el gobierno encargado gastó un tiempo considerable tratando de convencer al gobierno de Trump —marcado por demasiadas repeticiones de aquello de que “todas las opciones están sobre la mesa”—para que pasara de su actitud de todo o nada al apoyo a una solución negociada. La administración Trump finalmente accedió, e incluso propuso un marco para esa transición negociada, pero no ha mostrado disposición alguna de involucrarse de lleno en el proceso real, lleno de complejidades, que esbozaría una negociación aprobada por ambas partes que diera alguna esperanza de transición para la oposición.

La posición estadounidense ha sido más de “avísame si se ponen de acuerdo en algo y ahí vemos qué hacemos nosotros”. Entretanto, ocasionalmente ha lanzado algunos intentos de resolver esto de una vez, como cuando le ofreció a Maduro que se separara del poder voluntariamente, a través de un enviado de Trump que se encontró en México con Jorge Rodríguez.

Para que la oposición pueda aspirar a unas elecciones libres y justas, hace falta un gobierno de Estados Unidos que realmente se involucre en el caso venezolano.

El compromiso del gobierno de Trump ha sido de hecho tan débil que la Unión Europea ha aprovechado su ausencia para involucrarse más en los últimos meses, como facilitadora ante el chavismo y la oposición.

Una administración Biden no carga consigo el peso de todos estos meses de amenazas vacías, y por tanto tiene libertad para asumir el caso Venezuela con una estrategia de “presión inteligente y democracia efectiva”, en palabras de la propuesta de campaña del Partido Demócrata (propuesta que, dicho sea de paso, también establece que las sanciones financieras y económicas son una manera efectiva de avanzar hacia objetivos clave de seguridad nacional de Estados Unidos). Un proceso de negociación que use las sanciones estadounidenses como un mecanismo de presión puede ser muy atractivo para el equipo de política exterior de Biden, mientras que para la administración Trump la idea misma de retirar las sanciones, aunque sea parcialmente, significaría rebajarse a desdecirse de las rotundas amenazas que ha proferido contra Maduro durante años.

Habría que esperar también un mayor nivel de multilateralismo de parte de la democracia de Biden, en contraste con un Trump que retira a su país del acuerdo de París sobre reducción de emisiones y de la Organización Mundial de la Salud. Para el caso venezolano, esto significaría que Estados Unidos trabajaría más en equipo con Canadá, con un rango más amplio de gobiernos latinoamericanos y con la Unión Europea, dentro de la cual hay varias voces de acuerdo en reanudar negociaciones con Maduro. Si Biden retoma la política de acercamiento de Obama hacia el régimen de La Habana, eso también podría ayudar, y del mismo modo cabe esperar que Biden sería mucho más confrontacional que Trump hacia dos cercanos aliados de Maduro, el líder ruso Vladimir Putin y el presidente turco Recep Tayipp Erdogan.

No cabe duda de que muchos en la oposición venezolana que están a la derecha del espectro político protestarán si la oposición se sienta de nuevo con el régimen. Pero si es el presidente de Estados Unidos el que promueve ese diálogo, esa oposición descontenta verá que le conviene más estar cerca de Biden que en contra de él, y verá también que se encontraría muy sola internacionalmente. Los países de la región, y también la Organización de Estados Americanos, que sigue con un enemigo declarado del chavismo como secretario general, Luis Almagro, tenderán a cuadrarse con Biden y no con las voces más radicales de la oposición venezolana. No podemos perder de vista que, a estas alturas, los vecinos de Venezuela prefieren una solución imperfecta pero negociada, a quedarse esperando porque el chavismo sea removido del poder. 

Esto es lo que vemos entonces como más probable si gana Joe Biden: que las sanciones sigan pero que eventualmente se alivien, si y solo si el chavismo da algo real a cambio. Si en cambio Trump es reelecto, no debería haber mayor cambio en su postura hacia Venezuela. En sus primeros cuatro años en el poder, Trump no ha involucrado a Estados Unidos en ningún nuevo conflicto armado, ni ha dado señal alguna de que en efecto vaya a hacerlo en Venezuela. Gane quien gane este martes, la opción militar no está sobre la mesa. Ni Biden ni Trump quieren meterse por ahí. Hay rumores de que Trump no está satisfecho con su actual Secretario de Estado, Mike Pompeo, pero no está claro si un relevo en ese puesto traería algún cambio de la administración Trump hacia nuestro país. Es más, la reelección liberaría a Trump de la necesidad de complacer al electorado conservador de Florida, que ha sido la principal razón de su interés en los asuntos venezolanos. 

En cuanto al régimen de Maduro, si Trump gana no le queda mucho más que seguir atrincherándose. Sin ningún alivio de sanciones en el horizonte, el chavismo solo seguiría preocupado por fortalecerse ante cualquier amenaza a su poder, aceptando de paso que las bonanzas petroleras quedaron en el pasado, porque lo que lo que le toca es vivir sancionado y gobernar un país más pobre (es decir, el modelo cubano), mientras una estrecha oligarquía se reparte empresas estatales (es decir, el modelo ruso).


Este texto es la sección inicial del Political Risk Report del 30 de octubre de 2020. Para leer el reporte completo, suscríbete aquí.