Todo bien, pero ¿dónde está el sol?

Bajo el cielo casi inexpugnable de la capital británica no hay una sino muchas urbes coexistiendo, por lo que el concepto del extranjero termina diluyéndose... a menos que el Brexit lo reinvente

“A donde fueres haz lo que vieres”. Esa fue la máxima con la que llegamos en 2014 a vivir a Londres. El primero que la acogió fue mi hijo, que me preguntó un día: “Mami, ¿por qué no me pusiste Jack o John?”. Su nombre —pobre— es Matías, es decir, algo como “Mataias”. Así que su proceso express de adaptación tenía solo el obstáculo de su nombre; de resto, “Jack o John” hizo todo por sentirse como pez en el agua, a pesar del nuevo idioma y otro escenario de vida. Ahora es Mati para sus amiguitos y la lucha es que aprenda bien el castellano.

No se trata de esnobismo como a primera vista se puede pensar. Se trata de un proceso de adaptación, de querer pertenecer, una necesidad que un niño de cinco años es capaz de intuir muy bien. La adaptación es la habilidad que eventualmente te permitirá sobrevivir en terreno desconocido. Quieres ser como tus compañeros de escuela, quieres ser Jack o John en Inglaterra, así como quieres ser Dennise o Camile en París o Gabriela o Carolina en Caracas. Se trata de algo simple: adaptarte para ser aceptado, para hacerte la vida más fácil, para no ser el raro. Esa es ─creo─ la regla número uno de un inmigrante para ser feliz: intentar adaptarse, con todos los traumas que conlleva. Y eso no significa que de vez en cuando no extrañes o que no sientas nostalgia.

Mati no quería ser el raro en su escuela nueva, pero lo que aún no sabía es que es muy difícil ser el raro en Londres: en esta babel moderna de casi nueve millones de habitantes ─es gigante─ conviven 200 nacionalidades y se hablan 300 idiomas. Más de un 30 % de los londoners o londinenses son extranjeros. Hay gente de todas las razas, todas las mezclas, todas las religiones y todos los acentos. Una curiosidad: los británicos que viven overseas o en el continente se autodenominan expats, nunca inmigrantes. Los inmigrantes somos los demás.

Imposible ser el raro en Londres, ni siquiera ahora que el Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, ya es un hecho.

Pero hay que admitir que el Brexit es una nueva preocupación. No tanto por los papeles porque ya tenemos el settled status, sino porque se pueden cumplir los peores vaticinios: inflación, escasez y xenofobia. El Brexit abre viejas heridas británicas. Vienen tiempos duros con Irlanda del Norte y Escocia. ¿Acaso es el inicio de la desintegración de la Unión Europea, esa que ha permitido la cohesión de este continente durante 47 años, tras la Segunda Guerra Mundial? Ojalá que no.

Cuando salimos de Caracas, justo en el comienzo de la debacle total impulsada por el chavismo, lo último que pensamos es que íbamos a vivir sacudidas sociopolíticas fuertes y cinco años después ya contamos ocho ataques terroristas. También un referendo histórico, tres elecciones generales, y el ascenso de la derecha al poder. Y hasta un «Megxit»  —la salida de Harry y Meghan de la monarquía—, así que ya veremos qué pasa.

No hay un solo Londres

Pero volvamos al punto del encuentro de culturas, uno de los aspectos más fascinantes de esta ciudad. En Londres —al contrario de, por ejemplo, París— casi no hay ghettos, distritos enteros habitados por extranjeros que se puedan sentir aislados o poco integrados. Entonces es muy común que en Chelsea ─la zona más sifrina de Londres, donde vive gente como Mick Jagger─ haya también viviendas sociales, llamadas estates, que son bloques tipo los del 23 de enero o Simón Rodríguez de Caracas.

Es muy fácil encontrarse mansiones a solo una cuadra de un estate, y con una mezquita más allá. Y todos esos niños encontrándose en la escuela pública.

Muy utopía siglo XXI, pero que en muchos casos es una realidad… en Londres.

Claro que hay zonas que se asocian a ciertas nacionalidades o culturas: por ejemplo, muchos portugueses y brasileños están en Stockwell; los japoneses en Golders Green, donde también viven judíos como en Stamford Hill; los árabes sobre todo se ven por los lados de Edgware Road fumando sus shishas; los turcos en Green Lanes; los indios o pakistaníes por todas partes; los chinos en Chinatown; y los hipsters ─que es como otra nacionalidad─ están por Shoreditch y Haggerston, donde llegó la gentrificación, pero eso es otro tema.

La zona emblema de los latinoamericanos (colombianos sobre todo) es Elephant and Castle, en el sur de Londres. La zona de los africanos y caribeños, más de Jamaica, es Brixton pero también Tottenham, en el norte de Londres. En Tottenham también hay muchos latinoamericanos. Un dato: allí se consigue plátano, platanitos dulces y salados, yuca, lechosa, harina Pan y hasta jabón azul. Todo muy cerquita del nuevo súper estadio de los Tottenham Spurs, de la Premier League, porque Londres es también fútbol, y mucho.

Pocas ciudades se dan el lujo de tener tantos clubes, pues Londres, además de los Spurs, tiene al Chelsea, al Arsenal, al West Ham, el Crystal Palace y a Watford. Así que siempre hay un derby que ver en el pub, con alguna IPA y una porción de chips.

En Londres hay tanta variedad de todo que es difícil comer mal. Y para todos los gustos: veganos, vegetarianos, fishetarians o whatever, y mucho antes de que estas distinciones se pusieran de moda.

Quien diga que la comida que se come en Inglaterra es mala, miente, porque hasta un fish and chips bien hechecito es la gloria. Eso es como decir que las playas de Reino Unido son horribles, pues no han ido a Cornwall o a Escocia. Son diferentes a nuestras playas caribeñas, que son hermosas, y tibias, claro, pero estas son otras playas y tienen su propia belleza, aunque nos cueste encontrarla. A mí particularmente me sorprende el fenómeno de las mareas altas y bajas, me impresiona ver cómo en pocos minutos se recoge o se llena el mar. Esta isla es increíble.

En Londres no hay playa pero sí río, el Támesis, y unos canales por los que se puede navegar. Esas agüitas, y los parques, ay los parques, lo mejor de Londres, dan un respiro a ese agite constante con el que se mueven los londinenses. Uno camina, ellos van más rápido, nunca los puedes alcanzar. Siempre te pasan en el metro, para coger el bus. Van volando, sobre todo en las horas pico, pegados a sus smartphones, caminando, casi no usan sus carros, porque en esta ciudad el transporte público es perfecto. Carísimo, pero perfecto.

Londres son muchos Londres. Con el tiempo los inmigrantes aprenden a hacer vida en el lugar donde viven, como hacen los locales, que van al centro —zona 1— solo si es estrictamente necesario y en ciertas ocasiones. Uno aprende a ir al pub de la zona, al cine de la zona, la pizzería de la zona y hasta toma las cervezas de la zona. Londres es básicamente un pueblito tras otro, cada uno con una calle principal y sus respectivas tiendas de la main street. Ah, pocos edificios altos y sus casitas interminables de ladrillos.

El problema del sol

Hasta ahora Londres nos ha dado todo, y cuando digo todo es lo que antes considerábamos básico, pero con los golpes que hemos llevado los venezolanos ya hemos aprendido que eso básico es realmente TODO (techo y comida en primer lugar; y educación y salud; agua y luz).

Después tenemos el lujo: los museos gratis, la bicicletas, las caminatas, la prensa libre (que no es un lujo sino un derecho), la familia que se vino, amigos… la música ─de la buena─ por todas partes, y miles de cosas por hacer y ver. Londres es todo menos aburrida. Puedes ser vecino de un Dr. Who o ver a Greta Thunberg en una visita escolar a Westminster, como le pasó a Mati, eso sí, antes de que fuera tan famosa.

Así que Londres nos ha dado todo. El trabajo lo ponemos nosotros y la renta se lleva una buena tajada de ese trabajo. La renta es lo que más desangra a los inmigrantes en esta ciudad de alquileres estratosféricos. 

Por cierto, no es fácil conseguir trabajo cuando emigras, menos en otro idioma y mucho menos con nuestras profesiones: periodista y fotógrafo. Ya saben. 

Lo mejor y más sano es estar dispuesto a todo.

En nuestro caso empezamos a buscar en «lo que sea» de inmediato. Así, mi esposo, que de broma sabía sancochar un huevo, se vio haciendo arepas y cocinando cachapas en un puesto de Camden Town. También hizo de housekeeper de un céntrico apartamento ubicado en Embankment, lo curioso es que el lugar era como un parque temático de Hello Kitty, todo era Hello Kitty. Ya se imaginarán las bromas.

También fregó platos e hizo de mesero hasta que poco a poco logró comenzar a trabajar como fotógrafo y videógrafo. Ahora está en Disney channel editando audio como contractor y en paralelo haciendo fotos y videos de eventos de bodas y en algunas corporaciones. La vida del freelance… 

Por mi lado, trabajé en una chocolatería artesanal familiar donde tenía que pesar chocolaticos de lujo y empaquetarlos (nunca aprendí a hacer bien los lacitos). También organicé entradas y salidas de unos AirBnB (en algunos casos tenía que limpiar los lugares, yo que limpio malísimo); hice de nanny de Giulia y pronto tuve la suerte de trabajar en Aculco Radio (una radio en español) donde redactaba y leía el noticiero. Más tarde fui editora en español de un medio digital, un trabajo que me ha dado muchas satisfacciones y amistades y que me ha permitido aprender mucho del periodismo digital y las redes sociales.

Ojo: todo eso gracias a la familia, a los amigos y a muchos conocidos que nos tendieron la mano y nos conectaron de alguna manera con todas esas experiencias. Tuvimos mucha suerte en ese punto.

Lo único que Londres no nos ha dado es sol, al menos no el suficiente. 

De eso tampoco nos quejamos cuando llegamos, total, habíamos vivido 40 años en el trópico, bajo el sol perfecto de Caracas. ¿Qué importaba vivir con algo de frío? Ojo, aquí el frío no es extremo como por ejemplo puede ser en NYC o Montreal. Es muy raro que la temperatura baje de un grado centígrado, así que nos ocupamos de otras prioridades antes de quejarnos del clima.

Si bien el frío o la lluvia no nos molestaba especialmente, el cielo gris y el techo de nubes bajísimo, sobre todo en los meses eternos del invierno, sí que te puede agobiar. Es difícil que veas el sol, o lo puedes ver, pero solo por un ratito.

Tratamos de hacer caso omiso a ese detalle hasta que después de unos exámenes médicos supimos que tenía los niveles de vitamina D por el suelo. Así que Londres me quitó eso, mi vitamina D, al menos ya lo sé, ya se entiende por qué había estado sintiéndome débil, con dolores musculares y desgano.

El sol es vital, sobre todo cuando no comes carnes (solo pescado, a veces) y superas los 40. Y 2019 fue especialmente gris. 

Ya entiendo por qué en el verano todos los ingleses están eufóricos y sonrientes. 

Ahora, mientras me tomo mi Colecalciferol Vitamina D3 pienso en esto, en lo difícil que es adaptarse, así uno le ponga todas las ganas, sea en Londres, Bogotá, Santiago, Buenos Aires, Cuenca, Lima, Ciudad de México, Montreal o Madrid (incluso Caracas, que para mucho se ha convertido en una desconocida). Es un proceso doloroso, pero no queda otra que intentar acoplarse al lugar que te acoge, con sus cosas buenas y las malas.

“A donde fueres haz lo que vieres”. Soy Sara, así que el nombre no es mi obstáculo. Tampoco tengo cinco años. Uno intenta hacer “lo que vieres”; a veces sale bien, a veces no tanto (Iván hasta canta los domingos en el coro de la iglesia). Lo importante es seguir intentándolo: salir, conocer gente, comer lo diferente, apreciar los matices. 

Sí, los venezolanos somos ciudadanos rotos. Aun así no nos queda otra que vivir… a pesar del hueco que siempre está ahí.